Una vez más en los últimos días el presidente de la Nación, Alberto Fernández, salió a ofrecer explicaciones sobre sus actos o comentarios a referentes del kirchnerismo más duro.
Por Emiliano Rodríguez para NA.
Una vez más en los últimos días el presidente de la Nación, Alberto Fernández, salió a ofrecer explicaciones sobre sus actos o comentarios a referentes del kirchnerismo más duro, tras recibir otra ráfaga de «fuego amigo» en poco más de siete meses de gestión.
Fernández intercambió cartas con la titular de la asociación Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, y bajó al llano para responderle al aire al periodista uruguayo Víctor Hugo Morales, que lo esta criticando en su programa de radio por la postura de la Argentina frente a una denuncia de la ONU sobre violaciones a los derechos humanos en Venezuela.
Bonafini fustigó con dureza al mandatario por su decisión de compartir el acto por el Día de la Independencia, el 9 de julio pasado, con referentes de corporaciones económicas de la Argentina y encendió una polémica de la que también tomaron parte Estela de Carlotto, Nora Cortiñas y Taty Almeida, además de Julio De Vido y Juan Grabois, entre otros.
En ese contexto, otros dirigentes identificados con el kirchnerismo, como Agustín Rossi, salieron a respaldar a Fernández y en el caso del ministro de Defensa le pidió a la militancia «bancar» al jefe de Estado, como si la gestión del presidente en efecto estuviera en dudas.
En términos similares se expresó el secretario general de la agrupación ultra-K La Cámpora, Andrés «Cuervo» Larroque, actual funcionario bonaerense, e incluso el titular de Partido Justicialista (PJ), José Luis Gioja, dijo que «sería bueno» que Fernández condujera también «los destinos del peronismo».
Así las cosas, en una semana de intensa «rosca» política dentro de la coalición oficialista, el jefe de Estado insistió en la importancia de fortalecer el diálogo interno, dijo que se equivocó al lanzar el proyecto de expropiación de Vicentin -tan celebrado por el kirchnerismo- y procuró estrechar vínculos con la oposición tras largos días de intercambio de dardos.
Las internas en los gobiernos no deberían llamar la atención a estas alturas de la historia política argentina. Por el contrario, son comunes en todas partes del mundo y se relacionan lisa y llanamente con el ejercicio del poder: en la gestión anterior en el país también existían, vale recordar.
La diferencia, de todos modos, era que el mandatario Mauricio Macri lideraba en aquel momento la alianza gobernante, integrada por el PRO -con un lugar preponderante en la mesa chica en la que se tomaban las decisiones-, el radicalismo y la Coalición Cívica. Ahora, quien mayor poder ostenta en la agrupación oficialista es la vicepresidenta Cristina Kirchner.
Dos «núcleos duros» enfrentados
Quizá por este motivo referentes del kirchnerismo se animan a exigirle públicamente a Fernández menos moderación, menos diálogo y más acción, además de cuestionarlo, en momentos en los que el jefe de Estado mantiene sus energías concentradas en la lucha contra la pandemia de coronavirus que afecta al país.
Lo cierto es que así como existe una militancia K enceguecida con la figura de Cristina, y a la que Rossi y Larroque le tienen que pedir que respalden a Fernández, también el macrismo cuenta con su propio «núcleo duro» de seguidores, y entre ambos mantienen vigente la «grieta» en la sociedad argentina.
El Presidente, al convocar a la oposición al diálogo, encendió una luz al final del túnel, en ese camino complejo, pero que la Argentina indefectiblemente deberá recorrer para salir adelante después de la crisis de la pandemia de Covid-19 y que demanda acuerdos políticos de largo alcance.
Es necesario reactivar sectores del andamiaje productivo local que presentan hoy por hoy un electrocardiograma plano debido al desplome de la actividad, en tanto especialistas vaticinan que la economía doméstica podría registrar este 2020 una caída peor a la de 2002, cuando se desplomó casi 11 por ciento.
En este marco, excepcional, es necesario que Fernández gobierne y desarrolle su gestión, con el respaldo de la oposición y también de aquellos sectores que podrían considerar que el presidente está «en deuda» con ellos o al menos con la persona que lo designó el año pasado como candidato a jefe de Estado: la vicepresidenta y «jefa» del kirchnerismo.
Pero, además, el propio Fernández tendría que decidirse: ¿es posible ser presidente de la Nación y al mismo tiempo ejercer esa suerte de rol de «abogado» defensor de Cristina que viene mostrando desde hace meses?.
Asimismo, cayó como un baldazo de agua helada en la comunidad judía que en vísperas de un nuevo aniversario del atentado contra la AMIA saliera a justificar el pacto con Irán que él mismo había criticado años atrás.
Esta postura pendular del ahora primer mandatario con relación a determinados asuntos «sensibles» vinculados con la gestión kirchnerista desgastan su imagen pública, por más que se esfuerce en barajar y dar de nuevo cada vez que recibe críticas por sus decisiones u opiniones como jefe del Poder Ejecutivo central, y resalte la importancia de apostar por el diálogo.